domingo, 29 de noviembre de 2009

Siempre se vuelve al origen;

viernes, 20 de noviembre de 2009

No es que muera de amor, muero de ti. (Jaime Sabines)

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

sábado, 7 de noviembre de 2009

dialécticas morbosas

Hasta dónde se trata todo esto del facebook, del blog, del messenger y demás existencias virtuales perfectamente idealizables, de un exhibicionsmo narcisista; ¿qué parte de mí le quiero mostrar?; veamos, digamos algo y mostremos imágenes: véame, júzgueme, míreme.

Estoy a su entera disposición para garantizarle una satisfacción del tipo morbosa; permítame llamarle así: !morboso!, !fisgón! Usted tiene, por supuesto, todo el derecho de llamarme "exhibicionista".

Como sea nuestra relación esta fundada en una necesidad mutua: la de la complementación. ¿Qué cosa le ofrezco yo? Yo le ofrezco una historia de vida alternativa, la mía. Complemento mis textos (ideas, sentimientos, estados de ánimo) con imágenes que he elegido para que usted las mire. Usted se hace una efigie de mi propia personalidad; le comparto así a usted mi vida -parte de ella por supuesto-, la que yo he elegido para usted. ¿Usted que me ofrece? Me parece que usted está ahí, delante de mi texto por una necesidad fascinantemente compleja: la de la necesidad de que le cuenten historias, historias de vida; ¿con qué sentido? con la finalidad de que pueda así complementar su propia historia de vida. Fíjese, me parece que existe una especie de necesidad por saber de la vida de los demás, por conocer historias de vida alternas; de este modo usted estará comparando sus propias experiencias con las ajenas y podrá entonces hacer una valoración cultural de lo que significa realmente ser usted. Así, mi historia de vida que yo le comparto en mi facebook, en mi blog, en mi messenger funciona como un parámetro desde el cual usted se califica y se valora. Así es. Usted se compara todo el tiempo, conmigo, con otro de sus contactos en el messenger y con otro de sus amigos virtuales del facebook. Finalmente usted es un fisgón como le aseguraba antes. Un morboso irremediable. Y yo, sí, yo soy un exhibicionista necesitado de su presencia para saberme existente, para saber que existo, porque si lo hago, es precisamente por que usted está aquí leyéndome, confirmándome mi existencia. Por eso, si usted deja un comentario, me contesta un correo o califica mis imágenes, estará complementando mi vida.

Estamos coexistiendo usted y yo así en una especie de dialéctica morbosa. ¿Sabe por qué se lo digo? Porque radica en mí una sensación poco agradable de reproche a todas estas formas de expresión virtual, de personalidades virtuales. Existe sobre todo, una efervescencia ridícula por la aparición pública, una tendencia poco sensata a la anulación de la propia intimidad. Como si estuviéramos todos necesitados de atención, internados en una búsqueda cómica de popularidad.

Lo sé, es paradógico, míreme aquí escribiéndo y tal vez, una vez que termine, abriendo mi facebook para morbosear. Tal vez lo anterior se trató de una justificación retorcida sobre mi lamentable gregarismo. No, realmente me importa un pepino esos espacios virtuales; aunque debo decirlo, no puedo apartarme del todo de la fuerza del Uno, como sostenía Heidegger.

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