lunes, 26 de octubre de 2009

(im)personal

realmente no podría decir hasta dónde soy yo mismo, hasta dónde soy de ti, o, hasta dónde soy tú misma. Como si fueses una parte de mi cuerpo; otro par de ojos, otro par de piernas, de orejas, de labios. A veces ni siquiera me es necesario acercarme lo suficiente para tocarte con un beso, aún conservo tu sabor detrás de ellos; la savia que fluye cuando te llamo por tu nombre y me inunda la boca, o cuando te llamo mi lubísnea, mi lu, mi mito, mi plévida lumía, mi A., o D. si te invierto. No podría precisar con certeza mi propio nombre si no va acompañado del tuyo; eres mi nombre de pila, la fe de mi propia identidad.

Pero, no te lo he dicho, no te lo dije antes y, más aún, no te lo diré nunca. Así lo decidimos. Decidimos decirnos otras cosas, decidimos cerrar el pico, arrojar a la basura del olvido nuestras palabras, callarnos la puta boca. Yo te pedí el silencio y la puta lengua me arde, se me atascan lascerantes las palabras y entonces las arrojo al aire; eso sí, no sin antes impulsarlas con un tímido soplo dirigiéndolas a tu destino, a tu encuentro, a tus oidítos. Para entonces culparlo a él, al azaroso viento, de los mensajes que se te envían, así, en voz pasiva. Se te envían.

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